Comencé hace 6 años a trabajar en una nueva línea usando diferentes tipos de gres chamotado, creando recetas propias, mezclando el barro con ciertas fibras naturales para aumentar su resistencia y dar vida a piezas medianas que desafían la gravedad, el equilibrio y los contrapesos. Intento doblar y torcer la monotonía de la línea recta donde el equilibrio y las tensiones puedan ver nacer una carga emocional simbólica. Es a través de este juego que desarrollo piezas abstractas con un acabado liso, bruñido para resaltar los cantos y definir con precisión la línea general. Doy uso al barro por su conexión clara con la tierra y nuestras raíces, la línea cerrada con sus giros y cambios constantes como representación de la vida, el esmalte marcando etapas y cristalizando momentos concretos. Es con este vocabulario que busco en cada pieza un objeto de contemplación y de meditación que se pueda manipular y servir de apoyo a un momento introspectivo. En el lugar donde crecí, en las afueras de París, estuve desde pequeño rodeado por una arquitectura moderna que se resumía en la forma geométrica más simple que es el cubo. Frente a una pobreza arquitectónica o una carencia imaginativa empecé a cuestionar esas seis paredes que nos encerraban. ¿Cuántos cubos pueden existir que nos encarcelan?, ¿De qué naturaleza pueden ser esos cubos: sociales, familiares o son nuestros propios miedos?, ¿Somos capaces de identificarlos o algunos se quedarán invisibles para siempre?. Es a partir de este cuestionamiento que desarrollo un camino escultórico, encontrando a través de esta línea con sus cuatro lados definidos la posibilidad de ver desaparecer la monotonía de la línea recta invitando, además, a identificar cuál de las jaulas limita más nuestra libertad: ¿la exterior o la que hemos construido para intentar definirnos?